sábado, 7 de julio de 2007

Había llegado el momento de introducir cambios ...


Había llegado el momento de introducir cambios. De añadir tensión al sistema experimental y observar las transformaciones de los sujetos. Conocía el punto más vulnerable de Serena.
Mientras se preparaba para el drama que iba a crear, Erasmo convirtió su rostro en un óvalo inexpresivo. Recorrió los pasillos, y el eco de sus pasos anunció su llegada. Antes de que Serena pudiera recuperar a su hijo, el robot encontró a Amia Yo jugando con el niño en el suelo de la cocina.
El amo de la casa no pronunció ni una palabra cuando entró en la habitación. Amia Yo, sobresaltada, alzó los ojos y vio al ominoso robot. A su lado, el pequeño Manion contempló el familiar rostro reflectante y rió.
La reacción del niño provocó que el robot se detuviera un momento. Después, con un veloz revés de su brazo sintético, rompió el cuello de Amia Yo y agarró al niño. La cocinera cayó muerta sin exhalar ni un suspiro. Manion se retorció y chilló.
Justo cuando Erasmo alzaba al niño en el aire, Serena apareció en la puerta, con expresión horrorizada.
-¡Suéltale!
Erasmo la apartó de un empujón, y Serena cayó sobre el cadáver de la mujer asesinada. Sin mirar atrás, el robot se alejó de la cocina y subió una escalera que conducía a los niveles y balcones superiores de la villa. Manion colgaba de su mano como un pez capturado, sin dejar de llorar y vociferar.
Serena se puso en pie y corrió tras ellos, mientras suplicaba a Erasmo que no hiciera daño a su hijo.
-¡Castígame a mí, si así lo deseas, pero a él no! El robot volvió su rostro indescifrable hacia ella.
-¿No puedo hacer ambas cosas? Subió al segundo piso.
Al llegar al rellano de la tercera planta, Serena intentó asir una pierna del robot. Erasmo nunca había visto tamaña exhibición de desesperación, y se arrepintió de no haber aplicado sondas de control para escuchar su corazón y saborear el sudor inducido por su pánico. El pequeño Manion agitaba los brazos y las piernas.
Serena tocó los deditos de su hijo, consiguió sujetarle un instante. Entonces, Erasmo le dio una patada en el abdomen, y la joven cayó rodando medio tramo de escalera.
Logró ponerse en pie, sin hacer caso de las contusiones, y prosiguió la persecución. Interesante. Una señal de resistencia notable, o bien de tozudez suicida. A partir de sus estudios sobre Serena Butler, Erasmo decidió que era un poco de todo.
Cuando llegó al último nivel, Erasmo se encaminó al amplio balcón que daba a la plaza, cuatro pisos más abajo. Había un robot centinela en el balcón, observando las cuadrillas de esclavos que instalaban nuevas fuentes y erigían estatuas. El sonido de la maquinaria y de sus voces se alzaba en el aire inmóvil. El robot se volvió hacia su perseguidora.
-¡Alto! -gritó Serena con una severidad que le recordó su antigua personalidad-. ¡Basta, Erasmo! Has ganado. Haré lo que desees.
El robot se detuvo ante la barandilla del balcón, asió a Manion por el tobillo izquierdo y lo alzó sobre el borde. Serena chilló. Erasmo dio una breve orden al centinela.
-Impide que se entrometa.
Sujetó al niño cabeza abajo sobre la plaza pavimentada, como un gato que jugara con un ratón indefenso.
Serena se precipitó hacia delante, pero el robot centinela le cerró el paso. Ella le golpeó con tal fuerza que el robot fue a parar contra la barandilla, antes de recuperar el equilibrio y apoderarse del brazo de Serena.
Abajo, los esclavos humanos alzaron la vista y señalaron el balcón. Una exclamación colectiva se alzó, seguida de un susurro.
-¡No! -gritó Serena mientras intentaba liberarse de la presa del robot-. ¡Por favor!
-Debo continuar mi importante trabajo. Este niño es un factor perturbador.
Erasmo balanceó al niño sobre el abismo. La brisa agitó su manto. Manion se retorcía y chillaba, llamaba a su madre.
Serena miró el rostro reflectante, pero no vio compasión ni preocupación. ¡Mi precioso bebé!
-¡No, por favor! Haré lo que...
Los esclavos no daban crédito a sus ojos.
-Serena... Tu nombre se deriva de «serenidad». -Erasmo alzó la voz para hacerse oír sobre los aullidos del niño-. ¿Lo entiendes?
La joven se lanzó contra el robot centinela, estuvo a punto de soltarse y extendió la mano, desesperada por apoderarse de su hijo.
De repente, los dedos de Erasmo se abrieron. Manion cayó a la plaza.
-Bien. Ya podemos volver al trabajo.
Serena lanzó un grito tan estruendoso que no oyó el terrible sonido del cuerpo al estrellarse contra el pavimento.
Indiferente al peligro que corría, Serena se soltó por fin, desgarrándose la piel, y empujó al robot centinela contra la barandilla. Cuando el robot recuperó el equilibrio, ella le empujó de nuevo, esta vez con más fuerza. El robot rompió la balaustrada y se precipitó al vacío.
Sin prestar atención a la máquina, Serena atacó a Erasmo y le golpeó con sus puños. Intentó mellar o arañar su cara de metal líquido, pero solo consiguió hacerse sangre en los dedos y romperse las uñas. En su frenesí, Serena desgarró el manto nuevo del robot. Después, agarró un jarrón de terracota del borde del balcón y lo rompió contra el cuerpo de Erasmo.
-Deja de portarte como un animal -dijo Erasmo. La envió de un manotazo al suelo.
Iblis Ginjo, que supervisaba a la cuadrilla de la plaza, contemplaba la escena con absoluta incredulidad. « ¡Es Serena!», gritó uno de los trabajadores de la villa, que la había reconocido. Su nombre fue coreado por los demás, como si la reverenciaran. Iblis recordaba a Serena Butler de cuando la había visto con los nuevos esclavos llegados de Giedi Prime.
Entonces, el robot soltó al niño.
Sin preocuparse por las consecuencias, Iblis corrió en un desesperado e infructuoso intento por atrapar al niño. Al ver la valiente reacción del capataz, muchos esclavos se precipitaron hacia delante.
Iblis se detuvo ante el cuerpo ensangrentado y comprendió que no podía hacer nada. Incluso después de todas las atrocidades que había visto cometer a cimeks y máquinas pensantes, este ultraje parecía inconcebible. Sostuvo el cuerpecillo destrozado en sus brazos y alzó la vista.
Serena estaba luchando contra sus amos. Los obreros lanzaron una exclamación ahogada y retrocedieron cuando lanzó por encima de la barandilla a un centinela robot. Como un destello metálico, la máquina pensante se estrelló contra las losas de piedra, no lejos de la mancha de sangre que había dejado el niño muerto. Quedó hecho añicos, sus componentes metálicos y fibrosos rotos, el líquido de los circuitos gelificados rezumando por las grietas...
Mortificados y consternados, los esclavos contemplaban la escena. Como leña preparada para arder, pensó Iblis. ¡Una cautiva humana se había enfrentado a las máquinas! ¡Había destruido a un robot con sus propias manos! Gritaron su nombre, asombrados.
En el balcón, una desafiante Serena seguía increpando a Erasmo, mientras él la empujaba hacia atrás con su fuerza superior. El coraje apasionado de la mujer sorprendió a todos. ¿Podía ser más claro el mensaje?
Un grito de cólera se elevó de las gargantas de los obreros cautivos. Ya habían sido aleccionados durante meses por las instrucciones y manipulaciones sutiles de Iblis. Había llegado el momento.
Con una sonrisa de triste satisfacción, dio la orden. Y los rebeldes se precipitaron hacia delante, en un acto que sería recordado durante diez mil años.....
DUNE. La Yihad Butleriana
BRIAN HERBERT y KEVIN J. ANDERSON

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